viernes, 29 de junio de 2012



Supongo que cuesta admitir que me he acostumbrado a echar de menos. Es la peor sensación del mundo. Sabes que esa persona está a cientos de kilómetros y tú no puedes hacer más que quedarte cruzada de brazos mirando por la ventana, caminando sola por las calles, apurando el último cigarro de la cajetilla, dando abrazos a quien no los merece y echando de menos. Esa es la constante. Y no es que seas Faraday ni Desmond, es que la constante es que no estés. Sin saber si sonreíste ayer o cómo fue exactamente esa conversación.


Y las llamadas, mensajes y demás son sólo excusas para no caer en la sensación de vacío, el recordatorio de saber que ese día tampoco nos vamos a ver. 


Menos mal que Carlos Chaoen siempre está ahí para recordarme a ti, menos mal que ahora no estoy llenando un cubo de lágrimas. Menos mal que podrás llenas mis comisuras de sonrisas en unos días.


Menos mal que los viajes en tu sofa y los días infinitos siempre nos esperan.

3 comentarios:

Marta dijo...

Qué bonito texto, Mar :_)

Unknown dijo...

Gracias Marta!! :D

Unknown dijo...

Gracias Marta!! :D